Sobre el género Aforístico
Todo aforismo puede llevarnos a un infinito.
Alejandro Lanús – Extraído de «Umbrales»
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Sólo cultivan el aforismo quienes han conocido el miedo en medio de las palabras, ese miedo a derrumbarse con todas las palabras.
E.M. Ciorán – Extraído de «Silogismos de la amargura»
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Quien sea capaz de expresarse en aforismos no debiera malgastarse en artículos.
Karl Kraus – Extraído de «Contra los periodistas y otras contras»
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La forma aforística de mis escritos ofrece una cierta dificultad; pero procede de que hoy no se toma esta forma en serio. Un aforismo cuya forja y cuño son lo que deben ser no está aún descifrado porque se le haya leído; muy lejos de eso, pues la «interpretación» entonces es cuando comienza, y hay un arte de la interpretación… Es verdad que, para elevar así la lectura a la altura de un arte, es preciso poseer ante todo, una facultad que es la que precisamente está hoy olvidada por eso pasará aún mucho tiempo antes de que mis escritos sean legibles, de una facultad que exigiría casi la naturaleza de una vaca, y «no» en todos los casos, la de un «hombre moderno»: me refiero a la facultad de «rumiar».
El aforismo, la sentencia en que yo soy maestro y el primero entre los alemanes, son las formas de la «eternidad»; mi ambición es la de decir en diez frases lo que otro dice en un libro, lo que ningún otro dice en un libro.
Friedrich Nietzsche – Extraído de «Más allá del bien y del mal» y «Del ocaso de los ídolos»
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¿Qué frases de las que encontramos en una colección de aforismos son las que anotamos?
En primer lugar, aquellas que nos ratifican: impresiones que las sentimos exactamente de la misma manera, que hemos pensado muchas veces, que están en contradicción con las opiniones tradicionales, que nos justifican. Hay mucho de autosuficiencia en este afán de ser ratificado por hombres importantes o por sabios. Pero puede haber más: el puro gusto de encontrarse con un espíritu realmente afín. Porque cuando muchas frases de un solo hombre coinciden con las de uno mismo, lo que es mera autosuficiencia se convierte en asombro: en una época completamente distinta, entre personas completamente distintas, alguien ha intentado comprenderse a sí mismo exactamente igual a como lo hemos hecho nosotros; ante su vista ha tenido este hombre la misma forma, el mismo perfil, el mismo destino. Seríamos felices si lo mejor que tenemos fuera equiparable a lo mejor que él tiene. Sólo un pequeño temor nos retiene de echarnos en sus brazos, en brazos del hermano mayor: el sentimiento de que en nosotros hay muchas cosas que le asustarían.
Luego hay dos tipos de frases que no se refieren a nosotros; las primeras son frases cómicas; nos divierten con una abreviatura o giro inesperados; como frases son nuevas y tienen el frescor de las palabras nuevas. Las otras despiertan a la luz una imagen que hacía tiempo que estaba preparada en nosotros y le permiten subir a la superficie.
Por su efecto, tal vez las más curiosas son las frases que nos avergüenzan. Tenemos muchas debilidades que jamás nos dan quebraderos de cabeza. Hasta tal punto son nuestras que las aceptamos como a nuestros ojos y a nuestras manos. Quizá tenemos incluso una secreta ternura por ellas; puede que nos hayan granjeado la confianza o la admiración de los demás. Y he aquí que, de repente, nos las encontramos delante de nosotros, con toda crudeza, arrancadas de los contextos de nuestra vida, como si pudieran existir en cualquier sitio. No las reconocemos inmediatamente, pero nos quedamos perplejos. Las leemos por segunda vez y nos asustamos. «¡Resulta que eres tú!», nos decimos de repente con energía, y seguimos empujando la frase como si fuera un cuchillo. Nos ruborizamos de nuestra imagen interior. llegamos a prometernos ser mejores y, aunque apenas mejoramos realmente, jamás olvidamos estas frases. Puede que nos lleguen a quitar una cierta inocencia que tal vez era atractiva. Con todo, en estos terribles cortes el hombre se inicia en su modo de ser propio. Sin ellos, éste no puede nunca ver del todo. Tienen que ser inesperadas y tienen que venir de fuera. El hombre, solo, se instala todas las cosas a su comodidad. Solo, es un mentiroso incorregible. Pues nunca se dice nada que sea realmente desagradable sin compensarlo inmediatamente con algo halagüeño. La frase que viene de fuera es eficaz porque llega de un modo inesperado: uno no tiene preparado ningún contrapeso para equilibrarla. La ayudamos con la misma fuerza con la que, en otras circunstancias, habríamos salido a su encuentro.
Hay también las frases intocables o sagradas, como las de Blake. Nos resulta penoso encontrarlas en medio de otras porque éstas pueden ser sabias, a la luz de las frases intocables aparecen como falsas e insípidas. Jamás nos atrevemos a apuntarla frase intocable. Necesitamos una hoja o un libro para ella, un lugar en el que no haya nada ni vaya a haber nunca nada. Existe un malestar inconfundible que es especialmente penoso; un estado en el que no es posible hacer nada porque uno no tiene ganas de nada; en el que abrimos un libro para volverlo a cerrar; en el que ni tan sólo podemos hablar porque cualquier otra persona nos resulta molesta, e incluso nosotros mismos nos vemos como alguien ajeno. Es un estado en el que nos abandona todo aquello que antes acostumbraba a constituir nuestro ser: metas, costumbres, caminos, clasificaciones, confrontaciones, humores, certezas, vanidades, épocas. Dentro de nosotros hay algo que no conocemos en absoluto y que avanza tanteando de un modo oscuro y tenaz; no sospechamos en qué terminará este tantear; no lo podemos ayudar en su ciego movimiento. Siempre nos quedamos sorprendidos cuando, al final se manifiesta; no comprendemos cómo ha sido posible que hayamos ido con él, justamente con él, y exhalamos un suspiro de alivio no sin la consternación de no habernos manifestado sobre un mundo indomable que llevamos dentro y que, desde hace tiempo, preferimos.
Elias Canetti – Extraído de «La provincia del hombre» Año 1954
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La literatura fragmentaria pretende responder a la naturaleza misma de la vida y del mundo interior del hombre. Fragmentar alude, aun etimológicamente, a ruptura, partición, fractura, quiebra. El pensar y la realidad no constituyen fluencias homogéneas, sino crispados procesos donde priman las intermitencias, los saltos y los sobresaltos. En el fondo, toda lógica y todo discurso representan esfuerzos más o menos provocados y hasta artificiosos, empalmes de forzada continuidad, sistemas constructivos tercamente fraguados para desprenderse de la experiencia desnuda y discontinua.
La literatura fragmentaria prefiere la secuencia breve y concentrada, el trozo expresivo, los restos más valiosos que puedan salvarse del naufragio. Desconfía de la abundancia o el exceso de palabras y cree que algunas cosas, tal vez las más plenas, sólo pueden ser captadas enunciándolas sin mayor desarrollo, explicación, discurso o comentario. Supone que únicamente esa vía estrecha logra capturar la instantaneidad del pensar, de la visión creadora o de la iluminación mística, al no traicionar la momentaneidad quebradiza del fluir temporal. Y así el impacto de lo breve se asocia con el balbuceo primigenio y también con el sueño de una sabiduría no mediatizada. De eso se desprende un margen de desconfianza hacia la literatura y la filosofía en general, que al extender o estirar el pensamiento, la creación, la expresión, debilitarían su esencia.
No es raro que la literatura fragmentaria, bajo sus variadas formas (aforismos, sentencias, máximas, apotegmas, proverbios, refranes, adagios), haya estado presente en todas las épocas, desde los primeros textos religiosos y oraculares, la filosofía o poesía de los presocráticos y la sabiduría de Oriente, pasando por los dichos populares o los pensadores y moralistas franceses del siglo XVII, hasta abrir las puertas de la modernidad con Novalis y Nietzsche y manifestarse en nuestro siglo a través de nombres tan significativos y diferentes como Lec, Cioran o René Char. Esta irremplazabilidad del género lo sitúa junto a la poesía, como lo más cercano al silencio. Su condición es la rigurosa concentración, que está denunciando implícitamente la falta de necesidad de la mayor parte de cuanto se escribe. Su peligro es caer en la fórmula o la sentencia apodíctica y fácil, como también confundir la brevedad y la síntesis.
Lo cierto es que el aforismo, que constituye quizá la forma privilegiada de la literatura fragmentaria, ha ocupado siempre un lugar cuantitativamente escaso pero cualitativamente excepcional en el cuadro general de la historia de la literatura. Su ubicación no ha sido entonces marginal o ambigua, sino más bien central, aunque no abundante.
Contrariamente, la literatura del futuro podría brindar al aforismo y al fragmento una perspectiva más amplia y reconocida. Esta sospecha se basa en factores como los siguientes: 1) la modificación progresiva de la relación autor-lector y la aceleración creciente del tiempo de lectura; 2) la necesidad de responder a la breve disponibilidad del pensamiento y atención del hombre actual; 3) la revalorización consiguiente del lenguaje concentrado y la síntesis conceptual y poética; 4) la aparición de algunas obras aforísticas que parecen haber conjugado esos aspectos, aun sin proponérselo, pero con resultados tan inesperados como la edición de más de cien mil ejemplares del libro Voces, de Antonio Porchia.
Roberto Juarroz – Extraído de «La fidelidad al relámpago, conversaciones con Roberto Juarroz» Universidad de México, Vol. XXXVIII, nueva época, número 16 México Agosto de 1982
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Los aforismos y la novela
«Todo lo que escribí es resultado de la casualidad. Por ejemplo: en principio, no escribo los aforismos como tales: escribo una página… luego tiro todo y vuelvo a empezar. Para escribir una novela hay que elegir los detalles. Yo no me intereso en los detalles, voy de inmediato a la conclusión. Si escribiera una obra de teatro, la empezaría en el quinto acto porque desde el inicio ya estoy entreviendo el final. Con tal concepción de las cosas, no se puede ni escribir un libro ni practicar las bellas letras ni, en general, ningún género literario. Es por eso que no soy un escritor, soy un… no sé… un hombre de fragmentos…»
E.M. Ciorán – Extraído de «Conversaciones»
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«El aforismo nunca coincide con la verdad: o es media verdad o verdad y media.»
Karl Kraus – Extraído de «Dichos y contradichos»
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¿El aforismo? Fuego sin llama. Se entiende que nadie quiera calentarse en él.
Emil Cioran – Extraído de «El Inconveniente de Haber Nacido»
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Un aforismo es un libro en pocas palabras.
Alejandro Lanús – Extraído de «Umbrales»
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